viernes, 23 de mayo de 2014

Nacido para perder

Hoy fui testigo de la aparición de una de las muchas sombras de mi padre. Un lado de él que desconocía aunque no en su totalidad; en mi cabeza ya giraban ideas que conectaban con otras, aunque al final no lograba un resultado.

Pensé que mi insensibilidad no me permitiría inmutarme, indignarme y sufrir al ver la mirada de mi padre relatando cómo es que el “gran amor de su vida” nunca le correspondió.

Sus ojos cansados, color de miel, me decían que la pena aún no terminaba y que a él también le gustaría  tener una máquina del tiempo.

Verlo ahí, devastado, rasgando las cicatrices, me convenció más de la terrible importancia de tomar las decisiones correctas y de que debemos de pasar por alto el barbullo de la gente malintencionada.

Ojalá pudiera regalarle consuelo. Ojalá tuviera el poder de llevarlo a través de las dimensiones más placenteras, donde la mente no recuerda mas que cosas buenas y las personas se quedan sin el maldito poder de hacernos sufrir.

No, no puedo hacer nada. Trato de que vea las cosas maravillosas que con el paso del tiempo ha conseguido experimentar. Lo dejo refugiarse en su música, en sus más íntimos anhelos, en sus imposibles sueños, tal vez en una canción de Ray Charles, que a pesar de que provoca que el corazón se estruje de a poco, (presiento) le da esa compañía; la idea de que en su tristeza no está solo. Y no, no está solo. 

La canción, aquí:


jueves, 8 de mayo de 2014

Volviste

Te fuiste al lugar donde los muertos aúllan de felicidad al ya no estar con nosotros sufriendo. Eras huraño, agrio y taciturno. Me recordabas a los personajes de caricaturas a los que supuestamente nadie quiere pero de igual manera son entrañables. Te fuiste al ver que ya no me encuentro aquí. Estoy con los muertos ahora y cuando regrese de nuevo, no quiero verte, por favor.

Tú y yo no dejamos de vivir, literalmente, eso ya lo sabemos. Te vi paseando con la chica del local donde venden calzado para jóvenes y niños, ese en el que siempre las vidrieras están sucias. Quién sabe por que.

La mirada que producías era igual a la que tenía mi gato Nicanor antes de ser sacrificado. Esa vez me causaste pena y te lo digo, no para que me odies más, sólo quiero que te enteres de que aún camina sangre por mis venas.

Nosotros somos el claro ejemplo de que a los seres humanos nos incomoda el hecho de ser felices. La ocasión de tomarte la mano siempre me produjo placer. Sentir en tu manera de pedirme las cosas todo el amor del que hablabas en tus poemas era lo que me permitía estar segura de que estaba haciendo era lo correcto.

De igual manera me daba pereza tener amantes. Honestamente no me daba placer. Era medio gozar y medio sufrir y sabes que las cosas a medias nunca me han gustado. Por eso cuando tenía que suplicarte perdón lo hacía. Cuando tenía que llorar porque era la única manera de que comunicarme sin hablar, lloraba, sin remordimiento ni pena. Tenía mi propia definición de dignidad y hasta la fecha estoy muy orgullosa de ello.

Los dos sabíamos herirnos: éramos dos enamorados con muchos problemas dentro y malas compañías fuera.

Ahora estamos separados y nada puede ser peor; lo sabemos. ¿Quieres que te diga lo que opino? Que estaríamos mejor juntos, hiriéndonos y saboteándonos. Amándonos, exprimiendo el jugo de nuestras mentes para conocernos mejor. Leyendo en el suelo, jugando y teniendo amor por sexo o viceversa.

Ya no tengo paz porque no puedo mirar la vida como antes. Ahora no sé que esperar… honestamente no espero nada.

Volviste del lugar donde los muertos aúllan de felicidad al ya no estar con nosotros sufriendo. Eras tierno, inteligente y amoroso. Me recordabas a los personajes de caricaturas a los que todo el mundo quiere y que son entrañables. Volviste para ver que no estoy aquí. Yo estoy con los muertos ahora y cuando regrese de nuevo aquí quiero verte, por favor.


viernes, 24 de enero de 2014

El club de los afortunados

Soy de esas personas que les gusta levantar la costra para experimentar de nuevo el dolor inicial. Me hace sentir confortable saberme desdichada para que nadie venga a decírmelo con la intención de herirme. Por eso, me entusiasma estar enterada de mi situación. Tuve la mala suerte de crecer en un hogar pobre y de tener padres conformistas pero no me malentiendan, no lo menciono con el afán de herir, lo digo con motivo de queja y para sustentar lo que ahora voy a plantear.

Desde siempre he renegado de mi condición como humano, de mis limitaciones involuntarias, de mi falta de abolengo, de haber sido expulsada del reino de la comodidad y de la seguridad. ¿Qué se sentirá tener una vida "normal" y apacible? ¿por qué la falta de dinero me arrebato la tranquilidad?. Antes no podía percatarme de lo mal que estaba mi situación y lo que es peor, me tarde aún más en resignarme a que ningún poder mágico o espiritual iba a llegar a cambiar mi vida, así que lo que quisiera lograr lo tenía que hacer con mi propio cansancio.

Pero ¿cuántas de esas personas afortunadas hacen algo verdaderamente provechoso con sus vidas?. Vamos, es probable que sí haya personas con posibilidades que saben aprovecharlas y hagan más que tomarse fotos para mostrarnos lo maravillosa que es su vida (o su cara). Hay personas que se saben bienaventurados y son ahora seres humanos que dejarán su marca en este mundo. Pero ahora, quiero referirme a mi generación y sin generalizar me atreveré a decir que la mayoría son jóvenes a los que les falta algo importante, básico que repercute en todas y cada una de sus acciones; ética.

Saben que están cómodos, que son felices y que si es que lloran de vez en cuando seguramente es por algo de menor importancia y no, no estoy minimizando los problemas ajenos pero los "chavos" se han hecho adeptos a compartir cada una de sus emociones como método de interacción digital. El mundo sigue girando y de pronto les cae encima. No tienen pasiones, no saben discernir entre su propia libertad y la de las demás personas y sí, afecta, afecta a la sociedad, a la cultura, a las próximas generaciones, a todo.

He sido testigo de cómo en las peores situaciones hay personas que han sabido levantarse y salir de ese hoyo al que le llamamos "desdicha". El mundo es injusto y nos cuestionamos si es dios o la suerte la que lo hace de esa manera. No soy glamurosa, no viajo y claro, tampoco estoy despreocupada, estoy preocupada (ocupada), no pertenezco al club y tal vez tú tampoco. Mi consejo es que hagan cosas maravillosas con sus vidas, dejen atrás la presunción y la tontería. Dejen de hacer el daño que a ustedes no les gustaría recibir antes de que la madurez les coma la escenografía y quede expuesta así la realidad.