sábado, 25 de septiembre de 2010

El hombre solitario esperando a su dama con su copa de poco vino


-No me dices nada, ¿acaso quieres irte de mi lado?-; el hombre perplejo con miradas rasposas tartamudeaba al son de la gotera en la sala, su casa hecha de algodón fino venia acarreando la humedad de 500 años, convivía con las nueces y comía tortugas de vez en cuando. Su aspecto altanero y narcisista lo convertía en un espectro, solo, cohabitante de su locura.

El vino era el que siempre escuchaba atento, se sumergía en sus adentros, acariciaba su garganta y reposaba en sus órganos hechos añicos...se rumoraba que esperaba a alguien, lo hacia atento y taciturno toda las noches, en la misma ventana, en el mismo sofá.

Los que llegaban a verlo creían que no tenia alma, podían jurar que esos 21 gramos se habían mezclado con el licor para que así, fermentado sólo quedara un duro y soberbio cascaron, no era una "gente" , más bien era un traje suspendido en la nada, no había explicaciones coherentes, no había trucos de magia, solo indiferencia o una pizca de curiosidad.

A las nueve en punto, cuando su reloj temblaba de prisa, miraba la puerta, sostenía su copa y carcajeaba alardeando...-¿No quieres hablar...?, ¿me quieres dejar?-, susurraba, -Bien, déjame entonces, el vino es mi fiel amante, tu mi sombra incinerada, ¡ márchate ya!, seras miserable por el resto de tus días-. Así pues, cada noche se podía escuchar el azotar de una puerta, a la misma hora sin falta...después que aquello el hombre se soltaba a llorar y quebraba el vidrio contra la puerta, se podía apreciar un rostro repleto de lágrimas tintas; esas lágrimas eran de vino...su fiel amante.