viernes, 27 de enero de 2012

Old Spice

Las calles por las que nunca transitaba se veían grises y con poco candor, después pudo observar monstruos con piel de gelatina que se caía a cada paso que daban, eran verdes y con olor a pasto, tullidos por el sol y por el frió. Sus zapatos marcaban desalineación, era una chica despreocupada después de todo, tenia catorce años, dos fracturas y tres abrazos de amor.

A todos incluyendo al señor Horacio que pecaba de entrometido les preocupaba de sobremanera que no tuviera amigos, animales ni vestidos bonitos; su madre que en aquel entonces solo se conformaba con llevar a cabo dudosas recetas de la televisión se había impresionado por el poco apego e importancia que tenia su hija para con las cosas. Para ponerle santo-remedio al comportamiento terrorista de la niña tuvo que llevarla a una terapia barata, tenía la esperanza de que la iba a curar como si se tratase de una infección vaginal.

El consultorio era fresco, tenía hermosas flores artificiales y polvosas, la psicóloga hablo, la niña escucho y como si fuese un libro de bolsillo se dejo leer fácilmente, dijo lo que tenía que decir.

No había diferencia entre los rostros de las personas, se sentían igual como cuando quiso participar en la obra teatral de la escuela, le dieron el papel de arbusto y aun así no se indigno, ni siquiera sintió enfado, era un papel importante, por algo estaba hecho. No había niveles ni conformismos, no había ambición, se daba el trago de la vida como se lo iban sirviendo por que todo lo que recibía era por su causa.

La madre se despertó temprano, hizo sus deberes y llevo de nuevo a su hija a la terapia. Llegando al consultorio se sentó y le dijo a la psicóloga, -Dígame, ¿Usted cree que mi hija tiene un problema?, - suspiro, -No, para nada, pero dígame usted, ¿Es verdad que le pone desodorante a la comida?.