jueves, 5 de mayo de 2011

Niñas


Las abejas hablan cuando logras entender las diferencias de los demás, esto lo descubrió Cuivalda el día en que corrió, el día en que sus pies alcanzaron la velocidad de sus pensamientos. Recordaba el sonido de las hojas secas muriendo entre sus pies, las flores que molestas golpeaban su rostro con elegancia, ese olor a humedad que se conectaba con el miedo en sus rodillas, podía acordarse de su mirada clavada en terror, su cuerpo se mecía como una silla vieja; su padre se estaba hundiendo en la tierra.

Su cumpleaños numero once estaba por llegar, su fiesta seria tradicional, velas, ponies, hadas, borrachos y tal vez regalos, era lo de cada año, era el mismo presupuesto, el mismo desgano y el mismo Pepto Bismol.

Para ese día tenia bien guardado un vestido que le había propinado la anciana Hak, la chica dulce de los 113 años, era una señora que vendía duendes en frasquitos y composta, por obvias razones tenia un sin fin de demandas de familias duende inconformes con los productos que ella ofrecía.

El pueblo parecía tranquilo ese mes, su cumpleaños no era un día especial, solo que por lo menos este año no estaría sola, tenia una manada de amigas con las que tenia un pequeño negocio de panques sin azúcar para guardar la linea, todas ellas asistirían a la fiesta, ah... vestían de colores pasteles, eso le encantaba a Cuivalda.


Todas ellas eran chismosas, compartían travesuras y el gusto por la lechuga pero Tanni,
Tanni, Tanni era la mejor de todas, parecía la vista de si misma en un charco maloliente, podía pasar un ciclo escolar entero viéndola girar, su vestido alzaba el vuelo como las aves que se congregaban en el árbol del vecino, tenia listones en su cabello, perlas en sus oídos, flores en sus ojos y un lugar muy hondo en la mente de Cuivalda, era su mejor amiga, la mejor.

Cuivalda no pretendía comprender por qué pensaba tanto en su amiga, por qué sus ojos se hacían mas claros al mirarla y por qué reía como estúpida con sus chistes verdes, lo único que sabia y que entendía perfectamente es que ella la quería mucho; un abrigo de amor no podía combinar mal con nada.

Tal vez ella si sabia lo que hacia, lo que quería, lo que amaba y lo que perseguía, no flotaba en miedo como muchos otros. Ella sentía amor por ella, así de simple.

Ese día al suspirar el triple de veces de sus años se sentó emocionada a comentárselo a su padre, era su primer amor, quizás el ultimo, quizás no, el señor Frirdam con una negra tibieza en el rostro trono los dientes, la empujo hacia el sofá cama y grito con el mismo honor con el que se canta el himno nacional: "Antes de que seas una puta que me trague la tierra".